Este verano ha sido una auténtica montaña rusa de emociones.
Comencé sumergiéndome en la frenética energía de las fiestas de Bilbao, donde los ‘txupinazos’ y los desfiles me hicieron sentir parte de una gran familia.
Luego, cambié de ritmo en Vitoria, disfrutando de un ambiente más íntimo y acogedor.
Pero sin duda, una de las experiencias más inesperadas fue conocer a Aga en Sitges. Esa gatita se robó mi corazón y me hizo sentir como en casa.
Y para terminar, las playas de Torremolinos y Málaga fueron el broche de oro perfecto para relajarme y disfrutar del sol.